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EL TEATRO CLÁSICO, LA DESOBEDIENCIA CIVIL Y LA SALIDA DE CHÁVEZ

11 agosto 2002


Palabras pronunciadas por Alejandro Peña Esclusa, Presidente de Fuerza Solidaria, en el Foro «¿Qué hacer con un Presidente asesino?», realizado el pasado 24 de junio.

El teatro clásico no es sólo para la recreación. El teatro clásico sirve para ennoblecer el alma de los pueblos y por eso, las obras de teatro se dividen en dos: las tragedias y las obras heróicas o epopeyas.

En las tragedias está el villano, están los personajes más típicos de una sociedad y lo que ocurre en las tragedias es que frente a un problema que se le presenta a la sociedad, los protagonistas no son capaces de entender lo que está ocurriendo, aceptar la realidad y cambiar para afrontar la situación. Los protagonistas trágicos requieren un cambio de mentalidad, un cambio en su forma de pensar, pero como no tienen la entereza moral y espiritual para lograrlo, se desata el desenlace trágico.

Es lo que ocurre con Hamlet. En el momento crucial de la obra, cuando Hamlet se pregunta «ser o no ser, he allí el dilema»; no se hace una pregunta cualquiera. En ese momento él está decidiendo si va a tener el valor de realizar una serie de acciones, si le va a ser posible cambiar de actitud, y de lograrlo, se salvan él y el resto de los personajes. Pero como el pobre Hamlet es incapaz de cambiar, toma la decisión errada, y no solamente muere él, sino todos los personajes que actúan en el capítulo final.

Algo muy distinto sucede en el Guillermo Tell del dramaturgo Federico Schiller, porque los personajes vencen el miedo, inspirados por un líder, como lo es Guillermo Tell. En esa epopeya también hay héroes y heroínas anónimos, que van ennobleciendose frente a la injusticia; entre ellos Gertrudis, que increpa a su marido, temeroso de perder sus propiedades por enfrentarse al villano Gessler, y le dice «prefiero quemar mi propia casa antes de someterme a la tiranía».

Todas las obras de teatro clásico tienen una estructura similar: se presenta un dilema, una situación crítica, y frente a ella el protagonista debe aceptar la realidad o cerrar los ojos; y una vez que acepta la realidad, tomar una decisión: «cambio, mejoro, me ennoblezco o sigo siendo el mismo», y entonces la sociedad paga las consecuencias de su decisión.

El teatro clásico se presenta a los ciudadanos para que ellos aprendan. Los espectadores viven en carne propia la misma situación y los mismos dilemas que los protagonistas de la obra, y se alegran o sufren con las acciones de los personajes. En su fuero interno gritan «¡Hamlet, anda, haz lo que tienes que hacer!» o «¡Guillermo Tell, que valiente eres!». Y también ellos están tomando una decisión: «¿Seré como Hamlet o como Tell?».

Una situación de teatro clásico es la que está viviendo en este momento Venezuela. Una situación de crisis gravísima, de enfrentamiento, que el día de mañana podría servir de tema para un dramaturgo. Y nosotros, los actores de esta «obra de teatro», nos tocará definir, con nuestras decisiones, con nuestras acciones u omisiones, si el último capítulo tendrá un resultado trágico o heróico.

Relatemos pues, capítulo por capítulo, los hechos que nos presenta esta «obra»:

Estamos frente a un Presidente asesino. No es una persona normal. Se trata de un psicópata, capaz de planificar una masacre como la del 11 de abril. Dirigirla, coordinarla, y ejecutarla con frialdad; sin contemplación ninguna.

Chávez no es autónomo, forma parte de una maquinaria internacional, la del Foro de Sao Paulo. Para mayor información, pueden consultar el artículo «Radiografía del Foro de Sao Paulo», disponible en la página web www.fuerzasolidaria.com <http://www.fuerzasolidaria.com> . Para Fidel Castro y sus socios del Foro de Sao Paulo, no importa si en Venezuela hay muertos, o si todo esto deviene en guerra civil; lo único que les importa es que el gobierno venezolano les siga suministrando los recursos que necesitan para tomar el poder en el resto de América Latina. Para ellos, unos cuantos miles de muertos en Venezuela es un costo secundario y justificado, si eso significa tomar el control de cuatrocientos millones de latinoamericanos.

Tenemos que salir de Chávez a corto plazo. Los tiempos y las condiciones del conflicto no siempre los pone el héroe de una obra, los pone también el villano. Nosotros no somos quienes para cambiar los tiempos y las condiciones que nos impone un adversario que está en el Poder. Él pone las condiciones. Qué ocurre si el tiempo pasa y Chávez sigue en el Poder. En primer lugar, el Foro de Sao Paulo avanzará en otros países latinoamericanos, y desde otros países se le dará apoyo a Chávez. En segundo lugar, Chávez continuará destruyendo la economía, y eso no afectará al Gobierno, como muchos creen, sino a la gente común y a la Oposición. Chávez y sus acólitos cobran su sueldo sin falta, mientras que nosotros tenemos que trabajar para ganárnoslo. De paso, el Gobierno utiliza la destrucción económica para manipular a los más pobres, alegando que la culpa de la crisis es de los ricos; y así fomentar un enfrentamiento social. En tercer lugar, el Gobierno utilizará el tiempo disponible para descabezar a las Fuerzas Armadas y convertirlas en una milicia armada al servicio de la Revolución. Y en cuarto lugar, el tiempo favorece a los mal llamados «círculos bolivarianos», puesto que el oficialismo puede multiplicarlos, entrenarlos, comprarles armas, etc. En pocas palabras, darle tiempo a Chávez es decretar su éxito y nuestra derrota.

Independiente del procedimiento que usemos para salir de Chávez, por muy legítimo que sea: enmienda, juicio, acuerdo parlamentario, referéndum, etcétera; en respuesta, él va a desatar la violencia. El Gobierno tiene un procedimiento, un «manual», mediante el cual se ponen en marcha una serie de acciones ofensivas contra la sociedad, en caso que salga Chávez del Poder: los círculos bolivarianos salen a la calle, las brigadas motorizadas proceden a hostigar a los medios de comunicación, se alzan los militares chavistas, comienzan saqueos generalizados, y así sucesivamente. No podemos ser ingénuos frente a un asesino.

Es imposible sacar a Chávez sin el apoyo de las Fuerzas Armadas. No es posible enfrentar un grupo de fascinerosos armados, simplemente con banderas, pancartas y consignas. No proponemos que las FAN sean utilizadas como herramienta de ataque, para dar un golpe de Estado, pero sí que sirvan como escudo para las acciones de desobediencia civil que la sociedad debe ejecutar; deben actuar según las leyes para defender a la ciudadanía de la agresión armada del oficialismo.

La forma más rápida y eficiente para salir de Chávez es mediante la desobediencia civil.

Estos, pues, son los «capítulos» de la «obra» y ahora nos correponde a nosotros, los protagonistas de la misma, determinar con nuestras acciones u omisiones, si el resultado final será una tragedia o una epopeya.

Como ocurre con los personajes del teatro, antes que nada debemos aceptar la realidad tal cual se nos presenta. Hay quienes dirán «las Fuerzas Armadas no deben intervenir»; otros opinarán «todo esto puede resolverse de forma pacífica»; otros pensarán «estás exagerando, esto puede esperar un año». Sin embargo, la realidad es cruda y no depende de nuestra opinión, sino de los hechos.

Ahora bien, supongamos que todos estamos de acuerdo en los puntos arriba señalados y que todos coincidimos en el diagnóstico, entonces debemos concluir que la forma en como está operando la Oposición no funciona. Seguiremos marchando, seguiremos haciendo acciones de protesta y aún así no triunfaremos, porque frente a una situación como ésta hace falta un líder único, un jefe máximo de la Oposición. Entre otras razones, porque la desobediencia civil es profundamente dinámica, es como un juego de ajedrez entre quienes la ejercen y el dictador que pretenden derrocar.

El 11 de julio, por ejemplo, se presentaron diversos momentos en el proceso de desobediencia civil: primero, cuando Disdado Cabello desempolvó el decreto que supuestamente impedía a la marcha el acceso a Miraflores, allí se presentó una oportunidad para movilizar a la población contra un decreto ilegal; segundo, cuando se impidió el paso de la marcha en la esquina La Pelota, lo cual dio la oportunidad a los manifestantes para quedarse en el sitio indefinidamente, en protesta por esa acción arbitraria; tercero, cuando los manifestantes decidieron ir a La Carlota; y cuarto, cuando se abrió la posibilidad de llevar a cabo una vigilia en La Carlota. Cuatro momentos, cuatro jugadas, en las que el Gobierno actuó y la Oposición tuvo la oportunidad de ripostar incrementando el descontento popular frente al Régimen y así repotenciar la desobediencia civil. Pero no hubo un ente decisor, un único criterio de acción; por el contrario, hubo discrepancias entre los líderes de la Coordinadora Democrática respecto al qué hacer; incluso se acusaron publicamente entre sí; todo lo cual impidió el éxito de la jornada.

Pero para lograr un liderzago único, los políticos deben subordinar cualquier interés personal a la causa. Primero salir de Chávez y en último lugar las ambiciones personales.

Finalmente, está el asunto del cambio personal, o más apropiado aún, usemos el término «conversión». Tenemos que conquistar al porcentaje de venezolanos que todavía respalda a Chávez, pero jamás serán conquistados si ellos perciben que la lucha que estamos dando es por razones personales, porque el gobierno de Chávez nos afecta el bolsillo, porque Chávez nos cae mal.

El ciudadano común debe percibir que nuestra lucha no es solo para sacar a Chávez. Deben notar un compromiso con la nación y con las futuras generaciones. Debemos hacerles ver que, una vez que salgamos de Chávez, haremos todos los sacrificios a nuestro alcance para impedir el regreso al pasado. Un compromiso solemne para solucionar los problemas de pobreza. Una determinación por parte de aquellos que han tenido casa, educación, familia, cariño, para que el resto de los venezolanos, con su propio esfuerzo, tengan también acceso a vivienda, educación, familia y cariño. Que quienes nos observen en la televisión marchando, no solo vean a una gente eufórica, queriendo salir de Chávez, sino que detecten también un compromiso profundo con el país, con el resto de los ciudadanos. Que comprendan que salir de Chávez no es un fin en sí mismo, sino un paso previo indispensable para lograr otras cosas de orden superior: el desarrollo nacional, la armonía entre los venezolanos, y la dignidad para todos.

Y de esta forma, ennobleciendo nuestras almas y nuestros corazones, convertiremos esta tragedia en epopeya. El advenimiento de Chávez al Poder habrá servido para convertir, debido a nuestra respuesta, un país pobre en uno próspero y desarrollado. La pasantía de Chávez en la Presidencia habrá tenido un sentido, el de transfomar nuestros corazones de piedra en corazones de carne.