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Acuerdo secreto

11 noviembre 2006

Por: Olavo de Carvalho*

De nuestra generación no se puede decir que vivió, sino que se arrastró en silencio:
los jóvenes rumbo a la decrepitud, los viejos rumbo a las sepulturas sin honra.
(Tácito, historiador romano, 56-117 AD).

El punto culminante del debate del viernes (27 de octubre) fue la declaración de Lula respecto a que ningún gobierno anterior investigó tan a fondo o estaba tan bien informado sobre los crímenes de corrupción como el suyo. ¿Acaso no es justamente maravilloso que el más informado de los presidentes nada sabía de los crímenes cometidos por cinco de sus propios ministros? ¿No es una delicia que un gobierno que lo percibe todo sobre la delincuencia esparcida en el país entero, ignore lo que pasa en el Palacio de Planalto?

Pero no piensen que la inconsistencia de su propio discurso sea motivo de preocupación para Lula. Aturdir a la audiencia con un bombardeo de afirmaciones contradictorias ha constituido hace años la técnica esencial de la propaganda lulista. En la elección de 2002, se explotó hasta el límite de la alucinación la paradoja de un personaje que merecía al mismo tiempo la compasión que merecen los iletrados y la reverencia que merece un sabio, conocedor profundo de los problemas brasileños, doctor honoris causa y candidato virtual a la Academia Brasileña de las Letras. Ahora, él es simultáneamente un hombre de visión de rayos x, a quien ningún delito escapa, y un pobre ingenuo engañado por sus más íntimos amigos y colaboradores.

Pero todavía más ingenuo es quien ve en eso una prueba de confusión mental e incompetencia del PT. ¡Que incompetencia más extraña esa, que siempre vence la competencia ajena! En verdad, es imposible creer que, con tantos científicos sociales, psicólogos, estrategas e ingenieros del comportamiento al servicio del PT y del Foro de Sao Paulo, ninguno de ellos haya enseñado a los jefes de la campaña del PT las virtudes estupefacientes de estimulación contradictoria y de la disonancia cognoscitiva. Pero ni eso sería necesario: cualquier militante, mínimamente entrenado en la dialéctica de Hegel y Marx para razonar según dos líneas de deducción opuestas y explorar el doble sentido de las palabras y de las situaciones, está facultado para convertir en tontos a los más expertos empresarios, políticos tradicionales y oficiales de las Fuerzas Armadas, viciados de una semántica literalista y de un raciocinio desesperadamente lineal.

Otro detalle especialmente suculento del debate, fue ver a Alckmin enfatizar que los miembros del PCC no son de su partido, como quien dice que son del otro. Con eso el demostró saber de los estrechos vínculos entre el PT y el PCC. Pero, si sabía, ¿Por qué lo calló? Y, si prefirió callar, ¿Por qué no lo hizo por completo? ¿Por qué dejó escapar una alusión velada que al menos los televidentes informados entendieron perfectamente bien? El discurso de Alckmin está obviamente frenado por algún control oculto, a cual él, sin apreciarlo, se somete, por necesidad o por oportunismo.

Pero no es necesario buscar conspiraciones para explicar eso. Tanto el PT como el PSDB –y casi la totalidad de las corrientes políticas en los otros partidos– nacieron de la resistencia a la dictadura militar, cuando la complicidad implícita de la oposición moderada con la izquierda terrorista era condición indispensable para la supervivencia de ambas. Desaparecido el enemigo común, perseveró la obediencia a un pacto de lealtad: la contienda es legítima, pero denunciar la trama revolucionaria de la izquierda radical es “hacerle el juego a la derecha”. Por más que la izquierda desesperada los rotule de derechistas –y eso es un alivio para ellos como extremo límite del derechismo admisible– los tucanos (1) y compañía son, en su propio entendimiento, herederos morales de la tradición izquierdista, de veinte años de lucha que culminaron con la ley de amnistía y la “Directas Ya” (2). La nación entera está siendo engañada por ese acuerdo secreto entre hermanos enemigos. Tucanos y afines podrán acusar a los petistas de crímenes menores, pero denunciar la criminalidad pesada, del narcotráfico, secuestros y homicidios, sería traicionar la causa común, el objetivo mutuo de barrer a la derecha del mapa, mediante la ocupación total de los espacios por medio de las luchas internas entre la izquierda y la derecha de la izquierda.

Puede haber habido un acuerdo explícito en este sentido, e informaciones recientes sugieren que sí lo hubo, pero no era necesario: el odio común al fantasma de la “derecha”, sumado al origen común de las dos izquierdas, es suficiente para persuadir al ala moderada de las ventajas de una lucha fingida, entrabada sobre un fondo de complicidad tácita con el ala revolucionaria, terrorista, secuestradora y narcotraficante. Sin contar, claro, con el hecho de que muchos de los moderados del tiempo de la dictadura no eran tales sino en apariencia, ya que pertenecían a las mismas organizaciones de los terroristas, desempeñando solo funciones de camuflaje legal, de acuerdo con una técnica de duplicidad de vías, que es una constante en la estrategia comunista desde Lenin.

Una generación entera de políticos que hicieron carrera en la “lucha contra la dictadura”, en suma, está comprometida a ocultar y proteger la violencia de la izquierda radical. Se puede combatir la “corrupción”, usando el mismo lenguaje con que se denunciaría a la “derecha” si ella estuviese en el poder. “Cuello blanco”, al final, es una expresión que tiene obvias resonancias de la lucha de clases. Sirve para ser usada por las dos alas. Pero secuestros, homicidios y narcotráfico son sacrosantos: son armas de la revolución. Denunciarlos sería traicionar la causa común de todas las izquierdas. Por eso, el pacto de silencio domina no sólo la política partidista, sino a los grandes medios, dirigidos por gente de la misma generación y de la misma extracción ideológica que tucanos y petistas. Alckimin puede odiar ese pacto, pero sabe que violarlo abiertamente sería condenarse al ostracismo definitivo entre los “hijitos de la dictadura”. El puede susurrar insinuaciones entre dientes, pero jamás revelará en voz alta el secreto tenebroso en que se asienta, desde hace veinte años, toda la política nacional.

La conjunción de los dos factores aquí señalados –el uso masivo de la estimulación contradictoria y el pacto generacional de silencio en torno a los crímenes mayores de la izquierda– basta para explicar toda la decadencia moral e intelectual de Brasil a lo largo de dos décadas. La generación de políticos, periodistas e intelectuales que prevalece desde hace sesenta años –mi generación– es la más perversa y criminal de todas cuantas nacieron en este país. Ella es la culpable de la idiotización y desensibilización moral del país, origen de todos los crímenes que hoy culminan con esta matanza anual de cincuenta mil brasileños. Comparados con esta generación, los más bárbaros torturadores de DOI-CODI (3) eran apenas aprendices en la escuela de la delincuencia.


*Olavo de Carvalho es filosofo, periodista y escritor brasileño, autor de varias obras, entre ellas «Aristóteles em nova perspectiva» y «O Jardim das Aflições».

(1) El Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB) tiene como símbolo un tucán (ave), de ahí que se llaman los miembros de ese partido político de “tucanos”.

(2) “Directas Ya” fue un movimiento a nivel nacional que ocurrió en abril de 1984, en el que el pueblo pedía el fin de la dictadura militar y elecciones “directas ya”, y el restablecimiento de la democracia en Brasil.

(3) DOI – Destacamento de Operaciones de Informaciones. CODI – Centro de Operaciones de Defensa Interna – órgano de inteligencia y represión del Ejército brasileño durante la dictadura.