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El Rey Claudio

30 marzo 2008

Por: Alejandro Peña Esclusa
30 de marzo de 2008

Los grandes dramaturgos clásicos –como Shakespeare y Schiller– jamás escenificaron fábulas o invenciones; sino acontecimientos históricos de gran relevancia, para enseñar a la audiencia las consecuencias de actuar correcta o equivocadamente.

Cuando los personajes actúan conforme a la moral y al sentido común, como sucede en “La vida del Rey Enrique V”, entonces la obra deviene en epopeya; pero cuando actúan pusilánimemente o movidos por las bajas pasiones, como ocurre en “Otelo el moro de Venecia”, la obra deviene en tragedia.

Sin duda, es una forma amena y pedagógica de transmitir experiencias vitales a generaciones enteras.

Si Shakespeare estuviera vivo, seguramente opinaría que la situación actual de Venezuela se asemeja mucho a la tragedia “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”.

En esta obra de teatro, el villano Claudio envenena a su hermano –el rey– para quitarle la vida, el trono y hasta su esposa.

El príncipe Hamlet, hijo del rey, descubre el fratricidio, pero ya sea por miedo o por indecisión, no actúa oportunamente. El príncipe pierde el tiempo miserablemente, luchando consigo mismo. Es entonces cuando recita aquella célebre frase: “Ser o no ser, he ahí el dilema”.

El flamante rey Claudio –sintiéndose acorralado– aprovecha cada minuto en el poder para deshacerse de sus adversarios; planificando la muerte de cada uno de ellos, incluyendo, por supuesto, la del propio Hamlet. Es la única manera de salvarse del castigo y de permanecer en el trono.

En el caso venezolano, el rey Claudio está representado por Chávez, cuyo crimen –además de muchos otros– consiste en haberse aliado con el narcoterrorismo colombiano. La computadora de Raúl Reyes ha revelado su delito ante los ojos del mundo entero.

En lugar de actuar rápida y eficazmente para destituir al rey, la dirigencia opositora venezolana actúa como Hamlet, distrayéndose en asuntos de menor importancia y luchando encarnizadamente entre sí.

Nuestro Claudio tropical se aprovecha de la falta de determinación de Hamlet, encarnado por la dirigencia opositora, para aprobar leyes totalitarias y para provocar todo tipo de conflictos regionales, como forma de escapar al castigo que le espera.

Todavía hay tiempo de convertir la tragedia que se avecina en una epopeya gloriosa, pero eso requiere de un cambio inmediato en la agenda de la oposición. Los asuntos secundarios deben postergarse, para dedicar todos los esfuerzos a impedir que el rey Claudio se salga con la suya.